Salvador Maximino Ciliberto, más conocido como Toti Ciliberto, murió este 1 de abril a los 63 años.
Una hemorragia interna seguida de un paro cardíaco. Así murió Salvador “Toti” Ciliberto, a los 63 años. La noticia fue confirmada a Teleshow por su amigo y compañero de escenarios, Larry de Clay, con quien compartió risas, rutinas y noches interminables desde los años gloriosos de VideoMatch. Se fue un comediante, un hombre de fe, un sobreviviente.
“Esta tristeza es enorme. No tengo consuelo. Hola Alto Hermano. Te vamos a extrañar toda la vida”, con este duro mensaje de despedida, Larry De Clay fue uno de los primeros que anunció la muerte del humorista.
Fue una muerte silenciosa, pero no anónima. La televisión argentina pierde una de sus caras más queridas, esa que durante los años noventa supo ser sinónimo de carcajada popular. Pero también parte de una generación que aprendió, a los golpes, que el aplauso no siempre cura y que el camino de regreso del abismo también puede contarse con humor.
En la cumbre de la fama, Toti Ciliberto era imbatible. Su cuerpo parecía nacido para la exageración del sketch. Su rostro, tallado a medida para la comedia. Su voz, gastada por el cigarrillo y la noche, tenía el tono exacto del absurdo. En 1992, cuando Marcelo Tinelli lo convocó para sumarse al elenco de VideoMatch, su vida dio un giro rotundo. Había llegado a la televisión después de haber ejercido como profesor de educación física, y de haber probado suerte en el Parakultural, cuna del teatro alternativo porteño. Pero fue con Tinelli donde encontró la masividad.
Interpretó decenas de personajes inolvidables. Se disfrazó, gritó, improvisó, cayó al suelo, fue blanco de bromas pesadas. En 1997 llegó a conducir su propio ciclo, Adivina adivinador, donde aparecía caracterizado como un hilarante Riquelme. Luego llegaron participaciones en películas como Vivir intentando con Bandana, Brigada explosiva: misión pirata junto a Emilio Disi y Luciana Salazar, y Cuatro de copas con Federico Luppi.
Consumo
“Estuve muy comprometido con una adicción fuerte y fue muy difícil”, confesó sin rodeos en una entrevista con Gastón Pauls para el ciclo Seres Libres. La cocaína no llegó con la fama: ya estaba antes. Pero el vértigo del éxito, las giras, los personajes, la presión de los 40 puntos de rating la volvieron más frecuente, más necesaria, más letal. “Uno se engaña. Creés que te ayuda a estar más pila. Hasta que te das cuenta de que te está matando”, relató.
Vivía una doble vida. En cámara, el humorista incansable. Detrás, el hombre roto. “Lloraba y consumía al mismo tiempo”, dijo. El punto de inflexión fue su familia. Sus hijos. El apoyo feroz de su exmujer. Y luego, una aparición inesperada: la fe.
“Si no me sacaba el Señor, yo nunca hubiera salido de ahí”, admitió años después en el programa La Puerta Abierta. La espiritualidad fue su salvación. Dejó las drogas, abandonó los excesos, y comenzó a dar testimonio en encuentros religiosos como los organizados por el pastor Felipe de Stefani, con títulos como Me convertí y no entiendo nada. “Cada uno tiene algo que sanar. Dios sabe de qué”, les decía a los asistentes, con la voz quebrada y los ojos firmes.

