Después de las vacaciones suele ser común sentir ansiedad, y con las vacaciones de Navidad, tan extensas y en las que siempre estamos rodeados de las personas a las que queremos, no iba a ser menos.
El Año Nuevo se les hace bola a muchas personas porque es cuando hacemos un balance del anterior -de todo lo bueno y malo que nos ha traído-, y toca poner foco en lo que estar por llegar: 365 páginas en blanco que rellenar. Este simple hecho hace que la ansiedad florezca en gran parte de la sociedad.
Xavier Guix, psicólogo especializado en comunicación y programación neurolingüística, experto en inteligencia emocional, escritor y conferenciante, autor de 14 libros, asegura que, para empezar, todos podemos ser proclives a sufrir ansiedad en algún momento de nuestra vida, además de que no conoce a nadie que se haya librado de algún capítulo de estrés elevado y haya desarrollado síntomas de ansiedad en la sociedad en la que vivimos.
«Cuando analizamos las causas de la ansiedad, debemos distinguir factores externos (situaciones sociales, laborales, relaciones, una cultura del rendimiento como la nuestra, pérdidas y amenazas vitales y económicas) y factores internos (personalidad, sistema nervioso, creencias, emocionalidad, junto a un historial de cuadros sufridos a lo largo de la vida). De este modo, la combinación de factores internos y externos nos indicará las posibilidades de tender hacia respuestas ansiosas o depresivas», expone, y cambiar de año es un motivo muy común…
¿Cambiar de año produce ansiedad?
Cada vez que realizamos un parón vacacional o festivo ocurre más o menos lo mismo: no queremos volver a las dinámicas que sabemos que generan algún tipo de sufrimiento o malestar, generalmente ansioso. Es tan elevado el nivel de rendimiento al que nos vemos sometidos que, cuando paramos, cuando nos relajamos, tomamos consciencia de cómo estamos viviendo.
El psicólogo Guix comenta que el inicio de año propicia, además, que pongamos el contador a cero y proyectemos objetivos o propósitos de lo que nos gustaría. Es entonces cuando chocamos entre lo que quisiéramos y lo que es posible. Cuando no podemos adaptarnos bien, aparece el síndrome de adaptación general, estudiado por Hans Selye, padre del concepto del estrés. Después de la primera fase de alarma y de resistencia, llega un punto de agotamiento en el que el cuerpo, la amígdala en concreto, dispara cortisol en sangre y aparece la respuesta de confrontación, huida o congelamiento. El problema es que la mayoría de veces no podemos huir y entonces nos sentimos atrapados y aparecen los cuadros de ansiedad. Si duran demasiado tiempo se convierten en un trastorno de ansiedad generalizada», sostiene.
La incertidumbre es la falta de certeza, lo impredecible y lo desconocido. Tiene mucho que ver con lo incontrolable, con la probabilidad de que algo ocurra, o no. Y es entendida como una motivación humana hacia la búsqueda de confirmación. Y no todos saben lidiar con ella. Cuando ante nosotros se abre un año de innumerables posibilidades, es cuando muchas personas sienten esa sensación de ahogamiento, de miedo y de estar sobrepasado.
Para Xavier Guix, en líneas generales, lo que causa ansiedad es nuestra forma de vivir, de organizar la vida, de pensarla, y el deber responder a tantos estímulos que demandan nuestra atención. Otra manera de decirlo sería que «tenemos demasiadas expectativas sobre nosotros mismos, sobre los demás y la vida en general. Buscamos una felicidad vana, superficial, inmediata. Nos polarizamos entre el máximo rendimiento y el máximo placer. Nos exigen y a la vez exigimos que todo sea según nuestras expectativas. Es un intento de compensación que se convierte en la conocida ‘rueda del hámster’».
Alerta de que una gran parte de las bajas laborales lo son por cuadros de ansiedad: «Algo no estamos haciendo bien, no solo respecto al rendimiento, sino al poco cuidado en las relaciones interpersonales en el trabajo: malos ambientes, conductas tóxicas, relaciones enquistadas, sensación que todo el mundo va a la suya».
Por otro lado, otra gran parte de nuestras ansiedades son las relaciones. «Tampoco corren buenos tiempos para el mundo de las parejas y la vida familiar, que a menudo no puede armonizar o conciliar tantos intereses: los horarios, la educación de los hijos, el cuidado del cuerpo, las amistades, la realización personal, un sinfín de aspectos que se convierten en exigencias y en sufrimientos por no llegar», dice, y añade un factor más: la perspectiva económica en la que todo se encarece, no recibimos mensajes esperanzadores y, lo peor de todo, no se advierte futuro. «Este estado del malestar está siendo asumido colectivamente sin, por ahora, sin grandes revoluciones. Esto significa llanamente, que la gente lo sufre por dentro y ansiosamente», concluye.
Fuente: ABC